miércoles, 6 de mayo de 2009

Las Invasiones Inglesas - Felipe Pigna




En la segunda mitad del siglo XVIII el dominio inglés de los mares era indiscutible. Los tiempos de la “Armada Invencible” habían quedado tan atrás como la época en que el almirante holandés Michel de Ruyter ostentaba una escoba a manera de insignia como símbolo de que Holanda podía barrer del mar a todos sus enemigos.Para los barcos franceses, holandeses y españoles, cruzar los mares podía ser una aventura peligrosa. Entre 1702 y 1808 España e Inglaterra sostuvieron seis conflictos armados. Una consecuencia directa de esta belicosidad fue que España fue espaciando sus comunicaciones y la provisión de sus colonias americanas. La protección militar de sus dominios se vio seriamente debilitada. El último regimiento de infantería llegado a Buenos Aires desde Burgos lo hizo en 1784. En el viejo mundo el principal obstáculo para la expansión napoleónica era Inglaterra. Napoleón comenzó a soñar con dominar las dos riberas del Canal de la Mancha. El encuentro entre la flota aliada de España y Francia, por un lado, y los ingleses, por otro, se produjo finalmente el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar, cerca de Cádiz.La pericia del almirante Nelson determinó el triunfo total de los británicos. La flota aliada quedó prácticamente aniquilada y perdió 2400 hombres. Por el lado inglés murieron más de 1.500 marinos, entre ellos Nelson. Cuarenta y dos días después, Napoleón derrotó al ejército austro-prusiano en Austerlitz, al norte de Viena. Después de Trafalgar y Austerlitz, el poder quedó repartido: los mares para Inglaterra y el Continente para Napoleón. Cuentan que el primer ministro inglés, Sir William Pitt, al conocer el triunfo del emperador francés, enrolló un mapa de Europa exclamando: “Durante los próximos diez años, no lo necesitaremos.” En este contexto de búsqueda nuevos mercados, tuvieron eco en Londres las ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, personaje novelesco que fue amante de Catalina II de Rusia, soldado de Washintgton y general en la Revolución Francesa. En marzo de 1790 le había presentado al Primer Ministro Pitt un plan de conquista de las colonias americanas para transformarlas en una monarquía constitucional con la coronación de un descendiente de la casa de los Incas como emperador de América. Decía Miranda en su informe:“Sudamérica puede ofrecer con preferencia a Inglaterra un comercio muy vasto, y tiene tesoros para pagar puntualmente los servicios que se le hagan… Concibiendo este importante asunto de interés mutuo para ambas partes, la América del Sud espera que asociándose Inglaterra por un Pacto Solemne, estableciendo un gobierno libre y similar, y combinando un plan de comercio recíprocamente ventajoso, ambas Naciones podrán constituir la Unión Política más respetable y preponderante del mundo”. Miranda en realidad tenía una visión parcial sobre la realidad americana. Suponía que hechos como la rebelión de Túpac Amaru y de los Comuneros de Paraguay y Nueva Granada implicaban un signo claro de odio a la metrópoli y al monarca. Pero en realidad eran expresiones aisladas que no encontraban un punto común de confluencia. En 1806 Miranda intentó una invasión a Venezuela desde los EEUU, pero fracasó por falta de apoyo local. Ese mismo año convenció a su amigo, Sir Home Popham de que ningún español americano se opondría a una invasión inglesa al Río de la Plata.Mientras tanto, en Buenos Aires el Cabildo se ocupaba de establecer multas para los vecinos que no destruyeran a las hormigas y ratas de sus casas y recordaba que el 14 de mayo sería feriado para dedicar cultos solemnes a los santos Sabino y Bonifacio, que según se creía, eran los encargados de proteger a la ciudad de esas plagas. Aseguraba un personaje de la Iglesia que “este patronato lo poseían desde la fundación de la ciudad, pero su culto se había resfriado y apagado tanto en nuestros tiempos, que los daños que se experimentan, así en las sementeras y plantas que devoran como en las casas y edificios que taladran, son pieza y olvido de nuestros protectores, pues no se ruega a Dios por su intermedio”.

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